19 noviembre, 2008

Mal, mal, mal. Cuando actúas mal, no queda otra que la rectificación.
¡Benditas disculpas!, bendita gente, esa que nos hace caer en la cuenta de que hemos actuado mal, por muy doloroso que sea (esa gente por desgracia suele ser la más afectada y a la vez la más cercana).

Estoy machacada por la aplastante claridad de lo mal que he actuado, sí, pero a la vez no puedo dejar de sentirme renovada.
Se suele decir que es de sabios reconocer los errores, que hay que aprender de ellos... Los errores son una mierda, sinceramente hablando, pero están ahí, nadie puede escapar de esos venenosos dardos y lo más reconfortante es pensar que hemos aprendido algo. Que así sea, hermanos.

El orgullo es otra mierda. Es uno de mis grandes lastres. Es absurdo, no sólo no sirve de nada, sino que nos condiciona, nos hunde en nuestra ignorancia, en nuestra miseria más terrible.
Odio ser una persona orgullosa e incapaz de reconocer sus fallos, lo odio y lucho contra ello, y me cuesta, y me doy de bruces con la realidad de la humildad. Odio muchas cosas de mí misma, pero el orgullo es de las más terribles.
Hoy me ha ocurrido y me gustaría creer que no volveré a actuar así, por lo menos creo que las bases están sentadas... Ahora sólo cabe... esfuerzo, como siempre.

Espero volver en unos meses y ver que he cambiado en algo, por ello, en parte, escribo estas cosas.

2 comentarios:

C. Chase dijo...

No me den consejos, sé equivocarme solo.

C. Chase dijo...

Algún día sabrás de mí.
Cada día mi teléfono tiene más telarañas. Estoy en coordenadas desordenadas.

Me alegro de que a ti también te vaya bien. Espero que te pases por aquí a menudo. Acabo de salir de hacer mi primer examen de la uni. Me voy de fiesta.

Me leí tu anterior actualización, la de los tiempos tristes y cansados, y las canciones de Bunbury.
Anímate.