21 septiembre, 2010


"Y no me gusta dormir con calcetines"
Tecleó la última frase e imprimió el documento. Ahora ya tenía la lista de todas las cosas que alguien necesitaba saber para conocerla completamente. Al menos eso creía.

En su primera relación dijo tan sólo un par de aquellas cosas fundamentales, que no salen en una conversación prototípica. Por ejemplo que cuando dormía sola cerraba la puerta de la habitación por dentro a causa del miedo, o que le gustaba escuchar música clásica cuando tenía ganas de llorar.
En la segunda llegó a explicar con todo lujo de detalles, la intrincada relación que mantenía con su familia. Fue un paso de gigante explicar a otro ser humano cuánto detestaba a su tío H. y el por qué.
Pero no estaba dispuesta a repetir errores; esta vez se aseguraría de no desvelar demasiado al principio, esperaría a tener al oponente bajo sus hilos, y entonces, quizás comenzara a relatarle algunas de esas intimidades que sólo él merecía saber. Por orden, eso sí.
Esta vez sería ella quien, a golpe de lectura fugaz recordara qué debía decir durante el primer mes que salieran, qué tocaba relatar cuando se acostaran, con aire soñoliento y qué le explicaría cuando le diera las llaves de su apartamento, con una copa de vino en la mano y cara de inocencia.
Un plan perfecto.

07 septiembre, 2010


Dejo las maletas en la puerta y apoyo el costado en el quicio.
Me sacas de quicio.
Creo que por eso estoy tan cegado de ti. ¿Cómo es posible que...?. En fin.
De una patada abro la puerta y ahí estás, tumbada en el sofá, fumando, con los ojos llorosos. Sonríes.
Me sacas de quicio.
Podrías estar creando, ganando dinero a raudales o viviendo sin sentirte basura.
Pero no te gusta esa vida, ¿es eso?.
Para cuando corro las cortinas ya te has dormido, o puede que estés en coma.
No vi la botella de alcohol destilado que tenías en el regazo. Quizás, tu único verdadero confidente, quizás tu único amigo.

Adiós, adiós, yo me voy con el sol.